Desde la época de Cruyff, el juego del Barcelona conquistaba a todos y cada uno de los espectadores que seguían al club catalán. De Johan a Xavi e Iniesta, disfrutando de una infinidad de galácticos, pero, el 20 de Mayo de 2015 todo se empezó a truncar. Tres años más tarde, se resquebrajó casi por completo. Hablamos del adiós de los dos últimos dueños del centro del campo culé, Xavi e Iniesta, Iniesta y Xavi.

Son innumerables las ocasiones en las que el Camp Nou se puso en pie para ovacionar el fútbol de estos dos. Ambos llegaron desde abajo, pasando por la gran mayoría de categorías inferiores, por ello, todo canterano que sea bendecido tanto por Xavi Hernández (“es uno de los nuestros”) como por Andrés Iniesta (“tiene talento”) guarda algo de gran valor en sus botas. Uno de ellos es Ricard Puig.

El de Matadepera es, con 20 años, el canterano que mayor ilusión aporta al graderío culé. Un metro y sesenta y nueve centímetros de fútbol, de clase, de magia, de armonía en un terreno de fútbol o, sencillamente, de barcelonismo.

Un barcelonismo demostrado en más de una ocasión ya que, no son pocas las ocasiones en las que Riqui ha afirmado que él nunca abandonará el club, afirmando que fuera de él, ‘hace frío’ o que esta, es su casa.

En una Masía en horas bajas (recordemos que el último canterano en asentarse en el equipo culé es Sergi Roberto en la temporada 2015/2016), Riqui aporta un halo de esperanza, un grito buscando una oportunidad que recorre las entrañas del club.

Puig afronta esta pretemporada una oportunidad de oro para convencer, que no demostrar, a Ernesto Valverde, de que tiene capacidad para formar parte del primer equipo, y derribar (si no lo está ya) la puerta del mismo.

Riqui Puig es un diamante en bruto y es de los nuestros, de nuestra querida Masía, por ello, todo lo que no sea más de una oportunidad a un futbolista de su nivel, sería un gran error, principalmente, para el futuro del club, desaprovechando así, al heredero del dorsal número 8.

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